El
Pueblo
Celta
Los
celtas
eran
entusiastas
degustadores
de los
placeres
de la
buena
mesa. El
vino era
la
bebida
de las
clases
más
altas
pero el
pueblo
tomaba
corma,
que era
cerveza
de trigo
mezclada
con
miel,
muy
utilizada
en los
banquetes,
los
cuales
eran muy
frecuentes
en
tiempos
de paz.
En estos
festines
los
bardos
tocaban
sus
liras y
cantaban
canciones
sobre
trágicos
amores y
héroes
muertos
en
combate.
Para
comer
utilizaban
los
dedos y
ocasionalmente
se
acompañaban
de un
puñal
para los
trozos
de carne
difíciles
de
cortar.
Su
comida
típica
incluía
cerdo
cocido,
buey,
vaca y
jabalí,
todo
ello
acompañado
con
miel,
queso,
mantequilla
y, por
supuesto,
corma
–cerveza-
y un
buen
vino.
También
eran muy
aficionados
a un
juego de
mesa
llamado
fidchell,
parecido
al
ajedrez,
aunque
se
jugaba
con
estacas.
Admiraban
la
artesanía
experta
y las
hazañas
intelectuales
–sobre
todo
cuando
se
exhibía
una
prodigiosa
memoria-.
Tenían
el ideal
de una
sociedad
heroica,
pero
vivieron
como
prósperos
ganaderos
y
agricultores,
ocupados
a menudo
en el
robo de
ganado. En
general,
como
principal
característica
de su
aspecto
físico,
eran
altos de
cabellos
castaños
y ojos
grises.
La barba
larga
era
común,
al igual
que los
bigotes
espesos
y
caídos.
Las
mujeres
trenzaban
sus
largos
cabellos
y a
veces lo
recogían
en
complicados
peinados,
eran
generalmente
aficionadas
en
exceso a
los
adornos,
utilizaban
collares,
brazaletes
y
pequeñas
campanas
que
cosían
en los
bordes
de sus
túnicas.
También
llevaban
capas
con
dibujos
de rayas
o
cuadros
de
brillantes
colores,
quienes
tenían
mayores
recursos
las
usaban
con
bordados
de oro y
plata.
Los
hombres
utilizaban
un
collar
en el
cuello
llamado
torques, que
de
acuerdo
al
status
social
era de
bronce,
plata u
oro. Se
cuidaban
en su
apariencia
ya que
la
obesidad
era algo
repugnante
para los
celtas.
“Tratan
de no
engordar
ni de
ponerse
panzudos”,
escribió
el
griego
Estrabón,
“y
ningún
joven es
perfecto
si
excede
la
longitud
fijada
del
cinturón.
Habitaban
en
aldeas
situadas
en zonas
elevadas
para
facilitar
su
defensa
en caso
de
ataque,
y se
denominaron
castros,
que los
romanos
llamaron
oppida u
oppidum.
Estos
asentamientos
estaban
fortificados
con
paredes
macizas
de
tierra,
trabadas
interiormente
con
soportes
de
madera,
y con su
parte
exterior
rodeada
por un
foso. En
el
interior
se
construían
chozas
adosadas
a la
muralla,
lo cual
les
proporcionaba
una
mayor
solidez.
Las
casas
generalmente
eran de
forma
circular
y se
hallaban
dispuestas
sin
ningún
orden
establecido
en la
ciudad.
Además
efectuaban
numerosas
construcciones
de
carácter
religioso
fuera de
los
límites
de los
castros
y en
torno a
la
naturaleza,
por ello
vivían
muy en
contacto
con
ella.
Estos
monumentos
eran
llamados
Dólmenes,
Menhires,
Trilitos,
construidos
sobre
piedra,
terminados
sobre
dos
columnas
y una
piedra
grande
en forma
horizontal
que le
daba
terminación.
Eran un
pueblo
guerrero
por
naturaleza,
capaces
de
luchar
de
manera
muy ruda
unos
contra
otros
por un
insulto
o por el
simple
placer
del
combate.
Las
mujeres
eran tan
belicosas
como sus
maridos,
“toda
una
tropa de
extranjeros
sería
incapaz
de
oponer
resistencia
a un
solo
galo si
éste
llamara
a su
mujer en
su
ayuda”,
según
advertía
el
romano
Ammianus
Marcellinus
a sus
compatriotas.
Esta
ferocidad
era
alimentada
por los
druidas
en
tiempos
de
guerra
mediante
los
citados
sacrificios
humanos,
destinados
a
impresionar
y
asustar
– como
demuestran
los
cronistas
griegos
y
latinos-
a sus
enemigos.
Pero
fueron
conquistados
por los
romanos
porque
carecían
de una
estrategia
militar,
peleaban
llevados
por su
fervor
guerrero.
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