  
Habelas,
hailas,
se dice
en
Galicia.
Sin
embargo,
la
creencia
en
mujeres
con
poderes
místicos
y
capacidades
misteriosas
es
universal.
En lo
que
respecta
a
nuestras
bruxas y
meigas,
su
imagen
se
extiende
por lo
que
fueron
las
tierras
de los
antiguos
galaicos,
las que
hoy son
Galicia,
Asturias,
León y
el norte
de
Portugal.
Meigas y
bruxas
son
mujeres
peligrosas,
independientes
y muchas
veces
hurañas.
También
es
cierto
que las
hay de
muchas
clases,
y hoy
vamos a
hacer un
recorrido
por
todas
ellas.
No hay
que
olvidar
los que,
a mi
juicio,
son los
otros
dos
grandes
mitos
populares
gallegos,
por un
lado,
las
meigas,
a las
que se
las
considera
como
personas
dotadas
de
ciertos
poderes
ignorados
por la
mayoría,
que hay
que
diferenciar
de las
bruxas,
que son
personajes
malvados
que se
dedican
a hacer
el mal,
echar el
mal de
ojo,
hechizar
o
realizar
fechorías
dañinas
para los
humanos.
Nuestro
primer
objetivo
es saber
diferenciar
a las
meigas
de las
bruxas,
ya que
la
barrera
entre la
identidad
y la
moralidad
de ambas
es muy
nebulosa.
Comencemos:
las
meigas
pueden
tener
cualquier
aspecto
y
cualquier
personalidad,
por lo
que
existen
muchos
tipos de
meigas
diferentes,
desde
las
monstruosas
meigas
chuchonas
hasta
las
humanas
y
bondadosas
menciñeiras.
Esto se
debe a
su
antigüedad:
las
meigas
no son
sinó la
mitificación
de esas
mujeres
sabias
que
tanto
poder
tuvieron
en su
tiempo
gracias
a su
capacidad
para
crear
remedios
naturales
de todo
tipo.
Las
bruxas
son más
recientes.
La
palabra
nos
llega
desde
ese
antiguo
lenguaje
del que
descienden
el
portugués
y el
gallego
actual,
y
significa
«bruja».
La
tradición
popular
asocia a
las
bruxas
con
actos
malvados
y con
pactos
con el
diablo.
Esto
también
tiene
explicación:
son la
demonización
que el
cristianismo
hizo con
la
figura
de esas
meigas
de las
que
acabamos
de
hablar.
En
parte,
fué
debido a
que eran
mujeres
que
vivían
apartadas
y que,
como
hemos
dicho,
fabricaban
remedios
y
medicinas
gracias
a sus
conocimientos
del
medio
natural.
Ya
sabemos
lo que
hace la
religión
cristiana
con las
figuras
«paganas»
anteriores
a su
llegada.
Ahora
voy a
proceder
a
desglosar
un
compendio
que
englobe
a todas
las
practicantes
de las
artes
arcanas
de
Galicia,
Asturias,
León y
el norte
de
Portugal.
Seguramente,
me
estaré
dejando
alguna
en el
tintero
(en
Galicia
no creo,
pero en
el resto
de los
lugares
es
posible).
Si es
así y
alguno
de
vosotros
lo
detecta,
me
encantaría
que me
dejaseis
un
comentario
al pie
de este
artículo.
Si lo
hacéis,
estaré
encantada
a
añadirlas
a este
superpost
de «habelas,
hailas».
Las
meigas
son
figuras
antiguas
y
complejas
que
adoptan
muchas
formas:
desde
pacíficas
menciñeiras
hasta
terroríficas
y
deshumanizadas
meigas
chuchonas.
Su
figura
nos
llega
desde
tiempos
muy
remotos:
son las
equivalentes
y
sucesoras
de las
hechiceras
que
salen en
La
Farsalia,
El Asno
de Oro,
en La
Metamorfosis,
en El
Satíricon,
en La
Odisea o
en Las
Argonáuticas.
Es la
misma
figura y
solamente
ha
habido
un
cambio,
un punto
de
inflexión:
con la
llegada
del
cristianismo,
el culto
a diosas
como
Hécate y
Diana
fue
sustituido
por el
culto al
diablo.
A partir
de este
momento,
estas
figuras
ambivalentes,
temidas
y,
muchas
veces,
caprichosas,
fueron
asociadas
a la
imagen
actual
de la
bruja.
En todas
las
tierras
que
hemos
mencionado
se ha
entendido
siempre
a las
meigas
como
mujeres
poseedoras
de
misteriosos
poderes
mágicos.
Atesoraban
saber.
Poseían
conocimiento
y se
mantenían
apartadas
de los
colectivos,
lo que
aumentaba
su
misterio.
La gente
acudía a
ellas
con
preguntas,
o
buscando
ungüentos
y
medicinas.
Aunque
no
siempre
eran
inofensivas,
pues si
una de
estas
mujeres
lanzaba
un
meigallo
(un
hechizo,
un
maleficio
o un mal
de ojo),
los
efectos
iban
desde
enfermedades
hasta
mala
suerte y
todo
tipo de
desgracias.
La
figura
de las
meigas,
tan
presente
y
asumida
(habelas,
hailas)
tiene
mucha
profundidad
y, por
ese
motivo,
les he
dedicado
un
completo
post. Es
el
siguiente:
El
misterio
rodea a
las
meigas
gallegas.
La
creencia
en las
meigas
gallegas
(y en
las
bruxas)
llegó a
ser tan
popular
que el
Obispado
de
Orense
proclamó
su
excomunión,
y no
fueron
pocas
las
mujeres
quemadas
en la
hoguera
acusadas
de
meigas.
Entre
ellas,
la
famosa
María
Soliña,
una
mendiga
acusada
de
brujería
que fue
torturada
hasta
que
confesó
aquello
de lo
que le
acusaban.
Hay
pruebas
reales
de que
habelas,
hailas.
En
Cangas
(Galicia),
entre
1619 y
1628,
numerosas
mujeres
fueron
acusadas
de
brujería
y
juzgadas
por el
Tribunal
del
Santo
Oficio.
Hoy se
sabe que
eran
inocentes:
acabaron
por
confesar
atrocidades
al
sufrir
en sus
carnes
los más
terribles
tormentos.
Esta
«caza de
brujas»
tuvo un
motivo
económico:
el
empobrecimiento
general
que
siguió a
la
invasión
turca de
1617. La
pequeña
nobleza
vio
descender
su nivel
económico
y buscó
una
manera
para
mantener
su nivel
de vida.
El
remedio
que
encontraron
fue la
Inquisición,
encargada
de
confiscar
los
bienes
de
personas
bien
elegidas.
Muchas
«brujas»
fueron
juzgadas
durante
estos
años.
Mujeres
como
Catalina
de la
Iglesia,
que
confesó
haber
matado a
cinco
criaturas.
O como
Elvira
Martínez,
Teresa
Pérez,
María
dos
Santos…
Pero la
más
famosa
de las
«brujas»
de
Cangas
fue
Maria
Soliña,
que
quedó
inmortalizada
en
cantares
cómo lo
que
dice: «Ai
que
soliña
quedaches,
María,
María
Soliña».
Esta
cantiga
parece
reflejar
que las
gentes
comprendían
a algún
nivel
que esta
mujer,
más que
ser
ejecutada
por ser
una vil
y
antinatural
adoradora
del
diablo,
fue una
desgraciada
que tuvo
muy mala
suerte.
Esta
mujer
fue
procesada
por la
Inquisición
en 1621.
Todo el
evento
estuvo
destinado
a
demostrar
que el
diablo
la había
dotado
de
poderes
capaces
de
provocar
incontables
males.
Pero las
más
espectaculares
fueron
las
propias
confesiones
que la
tortura
le
arrebató
a María
Soliña.
Ella
confesó
llevar
más de
20 años
siendo
bruja,
tiempo
en el
cual
estuvo
muchas
veces
con el
diablo,
que
adoptaba
la forma
de un
hombre.
El 23 de
enero de
1622 se
la
condenó
a la
confiscación
de sus
bienes y
a medio
año de
reclusión.
María
Soliña
murió al
poco
tiempo a
causa de
las
secuelas
físicas
de la
tortura.
Su acta
de
defunción
no fue
encontrada
aún. Tal
vez
algún
día
descubramos
donde
reposan
sus
castigados
restos.
Polos
camiños
de
Cangas
a voz do
vento
xemía:
ai, que
soliña
quedache,
María
Soliña.
Nos
areales
de
Cangas,
Muros de
noite se
erguían:
Ai, que
soliña
quedache,
María
Soliña.
As ondas
do mar
de
Cangas
acedos
ecos
traguían:
ai, que
soliña
quedache,
María
Soliña.
As
gueivotas
sobre
Cangas
soños de
medo
tecían:
ai, que
soliña
quedache,
María
Soliña.
Baixo os
tellados
de
Cangas
anda un
terror
de agua
fría:
ai, que
soliña
quedache,
María
Soliña.
Celso
Emilio
Ferreiro
Adaptación:
Marian
Viernes
25 de
Abril
del 2025
Diseñada
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