Historia
de los
chamanes
Entre
las
numerosas
definiciones
de lo
que es
un
chamán
me gusta
la
siguiente:
“es una
persona
a la que
se le
atribuyen
poderes
especiales
para
comunicarse
con los
espíritus
e
influir
sobre
ellos
disociando
su alma
de su
cuerpo;
los
espíritus
le
ayudan a
realizar
sus
tareas
que
incluyen
descubrir
las
causas
de las
enfermedades,
del
hambre y
de
cualquier
desgracia,
y en
prescribir
una cura
apropiada.
La meta
principal
del
chamán
es la de
curar,
sanar. Y
busca
actuar
siendo
él mismo
un
remedio.
Sus
tareas
pueden
ser:
restaurar
la
salud,
limpiar,
purificar,
reparar,
mejorar
las
relaciones
del
individuo
con su
grupo y
entorno
y dar
sentido
a lo que
está
ocurriendo,
explicándolo
o
re-encuadrándolo
de una
manera
significativa.
Los
chamanes
más
famosos
son los
siberianos.
Sin
embargo,
yo me
voy a
referir
a los
chamanes
de la
cultura
celta,
naturalmente.
Para los
druidas
celtas
la clave
para la
transformación
está en
la
Naturaleza.
Para el
druida
las
montañas,
los ríos
y los
valles
son
sagrados.
Buscará
su
templo
interior
en la
espesura
de algún
inmenso
bosque
de
robles
donde
mana
alguna
fuente.
A la vez
que
siente
la
naturaleza
empezará
a
concentrarse
en sus
ideas y
pensamientos.
Se trata
de
llegar a
identificarse
completamente
con el
medio
sin que
nada
interfiera
en ello.
Primitivamente,
muchos
de ellos
escogieron
la
planta
de
muérdago
como
objeto
inicial
de su
concentración.
Deben
recoger
vestidos
de
blanco
en el
sexto
día de
la Luna
y que
cortaban
con
algún
objeto
fundido
en oro.
El
muérdago
es una
planta
que
efectúa
su
reproducción
de modo
distinto
al de
las
demás
plantas,
así como
el
druida
pretende
hacerlo
de
manera
diferente
a los
demás
hombres.
Para
reproducirse,
la
semilla
del
muérdago
debe ser
digerida
por
algún
organismo
y que
éste la
evacúe
sobre
alguna
rama
para que
se
origine
una
nueva
planta.
El
druida
aprende
a
conectarse
con los
ritmos
biológicos
vegetales
a través
del
muérdago.
Descubre
que la
atracción
de su
atención
por la
fuerza
de la
gravedad
está
gobernada
por su
manera
de
percibir
programada
como
miembro
de su
especie
biológica,
como
heredero
de la
cultura
celta en
la que
ha
nacido y
como
hijo de
la
familia
particular
en la
que se
ha
criado.
Aprende
a
relajarse
profundamente
mientras
tiene su
atención
alerta y
despierta
como vía
de
acceso a
un
estado
de
trance
similar
al
estado
de
sueño,
pero en
su caso
vigilante
y
conectado
con las
formas
del
mundo
exterior.
¿Qué
impide a
la
consciencia
del
druida
acceder
a la
experiencia
viva del
muérdago,
del
roble,
de la
fuente,
de las
estrellas
o de
otro ser
humano?
En
primer
lugar,
sus
propios
estados
emocionales
son
filtros
que
alteran
su
percepción,
pues
ésta
cambia
si es
percibida
a través
de la
tristeza,
la ira,
el miedo
o la
alegría;
en
segundo
lugar,
sus
ideas y
creencias
sobre lo
que
percibe,
que no
son
suyas
sino de
la
cultura
que se
las ha
transmitido;
y, en
tercer
lugar,
sus
deseos y
necesidades
biológicas
pues
experimentará
la
fuente
de un
modo
distinto
si está
sediento
o
saciado,
o si
quiere
lavar su
cuerpo.
Sus
emociones,
ideas,
creencias
y deseos
sobre la
fuente
no son
la
experiencia
de ser
la
fuente
e,
inicialmente,
corre el
peligro
de
confundirlos. Cultivando
el
desapego,
el
chamán
resinifica
su
memoria,
que le
define
de una
manera
limitada
y
repetitiva
cuál es
el
significado
de lo
que
percibe.
Más
adelante
podrá
liberarse
de
cualquier
significado
y fundir
su
consciencia
con el
muérdago,
la
fuente o
las
estrellas,
accediendo
de
manera
directa
a la
percepción
del
mundo
que
ellos
tienen.
Para el
druida
el
verdor
perenne
del
muérdago
simboliza
la
inmortalidad
de su
alma,
que
alcanza
al desidentificar
su
consciencia
de
cualquier
idea,
creencia,
pensamiento,
afecto o
deseo
que le
impida
fundirse
con todo
lo que
le
rodea.
Cuando
alcance
este
estado
buscará
en el
bosque
alguna
serpiente,
la
seguirá
durante
varias
lunas
recogiendo
sus
“camisas”
y
excrementos
y con
todo
ello
confeccionará
“su
huevo de
serpiente”,
que será
el
talismán
que
colgará
de su
cuello.
Después
dejará
la
profundidad
del
bosque y
volverá
con su
pueblo,
que verá
en el
talismán
el
símbolo
del
hombre
cuya
consciencia
ha
excretado
todos
los
programas
que ha
ingerido;
que ya
no tiene
pensamientos
afectos
o deseos
que
considere
propios
y por
tanto es
capaz de
fundirse
con el
que le
observa
para
ayudarle,
curarle
y
guiarle.
Para
todo el
pueblo
ese
hombre
será un
druida,
nombre
que la
raza
celta
designó
para
“aquel
que ve
claro”,
para
“aquel
que
conoce
hasta el
fondo”.
Y el
druida
verá
claro y
hasta el
fondo el
alma de
su
hermano
enfermo;
conocerá,
al
hacerse
conscientemente
uno con
él, los
conflictos,
psíquicos
o
biológicos,
que
hacen
que el
hombre
enferme
y podrá
ayudarle
a
curarse
…